Góngora, 1594: “De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado”
Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto,
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino, 5
distinto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
Salió el sol, y entre armiños escondida,
somnolienta beldad con dulce saña 10
salteó al no bien sano pasajero:
pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera error en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.
1623: “Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que católico se alienta”.
En este occidental, en este, oh Licio,
climatérico lustro de tu vida
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.
¿Caduca el paso? Ilústrese el juicio.
Desatándose va la tierra unida;
¿qué prudencia del polvo prevenida
la ruina aguardó del edificio?
La piel no sólo sierpe venenosa,
mas con la piel los años se desnuda,
y el hombre no. ¡Ciego discurso humano!
¡Oh aquél dichoso que, la ponderosa
porción depuesta en una piedra muda,
la leve da al zafiro soberano!
29 de agosto de 1623: “De la brevedad engañosa de la vida”.
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro en la arena muda
no coronó con más silencio meta
que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda
(fiera que sea de razón desnuda)
cada sol repetido es un cometa.
Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.
Lorca, 1935: “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías – 2. La sangre derramada”.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
Jorge Guillén, 1930: “Muerte a lo lejos”.
Alguna vez me angustia una certeza
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándole está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza
la luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol? No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya le descorteza.
Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatado el inminente
poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.
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